El otoño es triste como tu sonrisa

Iré en busca de mi cuerpo, 

Estaré de vuelta muy pronto. 

«Weary» – Solange

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Recuerdo los primeros momentos que vivimos juntas, recuerdo estar cegada por tu brillo, por tu inquebrantable energía semejante al polvo cósmico que sostiene al Universo. Cuánta esperanza había en tu mirada. La dicha y la entrega eran tus incandescentes e indestructibles alas. Ícaro era nadie a tu lado.

Amiga mía, a pesar de toda radiante virtud que emanabas en cada paso y en cada palabra pronunciada, siempre veía en vos un amor contenido y no correspondido que se devoraba tus entrañas, tu espíritu, tus más profundas inseguridades.

Maldito el verdugo que te traicionó. Se llevó todo de vos, te dejó a la intemperie. Maldito el otro verdugo que te traicionó. Te despojó de tus vestiduras, te quitó la última gota de agua en el desierto. Malditos los verdugos que te traicionaron. Te crucificaron: martillaron uno a uno los clavos, te flagelaron desnuda ante el mundo. Maldita yo que no me di cuenta desde un principio, maldita yo que callé lo obvio. Y ahora me siento como una cómplice.

Amiga mía, cada vez que nos reunimos y compartimos confidencias superficiales noto tu risa forzada. «El otoño es triste como tu sonrisa», me recordás a este divino verso que Ítalo López Vallecillos escribió en Madrid en el 54.

El otoño es triste como tu sonrisa. Tus alas se derritieron. El otoño es triste como tu sonrisa. Y no fue por acercarte demasiado al sol (vos naciste de él, sos una llama, sos el gas vital, semilla, pan, agua). El otoño es triste como tu sonrisa. Se derritieron por la envidia, por la codicia, por la calumnia del egoísta. El otoño es triste como tu sonrisa. Caíste, caíste y caíste hacia el abismo.

Me da miedo ver ya en vos las señales de la resignación. Ya te estás rindiendo, la tristeza se ha vuelto tu costumbre, se ha convertido en tu única aliada. Ya no saltás, ya no volás, ya no bailás: arrastrás los pies sin remedio; y cómo no hacerlo si los clavos atravesados duelen. Ya no abrazás a tus amigos, abrazás al fatal destino, a la impotencia, a la rabia, al enojo, a la injusticia. Ahora preferís el infierno de Sísifo: rodando subís, una y otra vez, tus penas en la colina de espinas. Qué muera Ícaro, qué muera en su agonía.

Aquí no hay otoño. Pero este frío clima es lo que más se le parece. Estos vientos que obligan a abrigarse son los únicos intrusos que conocen tus más recónditos sentimientos y remordimientos. Cómo quisiera ser una ráfaga violenta y chispeante de viento para quitar de tu sonrisa esa cruel tristeza. 

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